[Advertencia de contenido: Discusión de pensamientos suicidas]
Según el Centro para el Control y Prevención de Enfermedades, “La depresión está caracterizada como un estado de tristeza y depresión, disminución de interés en actividades que resultaban placenteras, aumento o pérdida de peso… fatiga, culpa inapropiada, dificultad al concentrarse, así como pensamientos recurrentes de muerte.”
Mi depresión tomó control total de mi vida cuando estaba en séptimo grado de la escuela intermedia. Tenía 13 años. Aun cuando coincidió con aceptar subconscientemente algo que yo siempre había sabido a nivel consciente: mi rareza, no fue un alivio finalmente poder nombrar aquel sentimiento insensibilizador que sentía en mi pecho. Como era de esperarse, mi interés en las cosas que amaba disminuyó (cantar, escribir, mis amigos) a medida que transitan desde un lugar de seguridad a un recordatorio constante del constante abuso verbal y físico que sufrí en mi casa y en la escuela solo por el hecho de ser condenadamente fabuloso. La vida es un infierno para muchos, pero es particularmente espantosa para las féminas negras gordas raras y no binarias de la escuela intermedia. Eran demasiados “No”, no lo suficientemente flaco, no masculino, no popular. Y nunca suficiente. Y desafortunadamente mis intentos de encogerme, ya sea literalmente a través de trastornos alimenticios o figurativamente a través de un perfil bajo y amistoso han sido inútiles para desviar la atención indeseada hacia mi persona.
More Radical Reads: Living With Multiple Mental Illnesses: 7 Things To Know & How To Be a Better Ally
Pensamientos recurrentes de muerte
Cuando las emociones, el dolor, se hace demasiado, los pensamientos de muerte y de morir aparecen. Los sueños suicidas donde abundan las navajas filosas, puentes altos, y casas en llamas desarrolladas por mi asombrosa imaginación se hacen interminables.
Mi primer terapeuta me obligó a hablar de mi dolor frente a mi madre, quien a su vez era responsable en gran parte de mi declive emocional. Podrá imaginar el lector el sufrimiento de la entonces pequeña persona negra que pretendía ser un niño cuando tuvo que traicionar a su sangre en la oficina del médico. Aún como adulto, sigo teniendo problemas al vocalizar el trauma que experimente en esa casa. Esa pequeña persona negra que pretendía ser un niño no tenía posibilidad alguna en ese infierno.
Después de una sola sesión, mi “terapeuta” me prescribió medicación para la depresión y el insomnio, una cura que me acerco mucho más a mis fantasías de ser un zombi que a calmar las voces que constantemente me piden tirarme de cabeza al sol. Desestime este plan y guarde las drogas en un cajón hasta que lleguen los días lluviosos. Aun cuando la medicación puede funcionar para algunas personas, tuve la mala fortuna de tener un seguro médico estatal y un terapeuta más preocupado por sacarme de mi casa que por navegar en las complejidades de mis traumas. Las drogas se quedaron ahí hasta mi último año de la preparatoria, una especie de red de seguridad, y ese fue el fin de ese asunto.
Eventualmente, aprendí a lidiar con esto, o mejor dicho eventualmente aprendí a suprimí el dolor, aprendí a “apagar” mis emociones, y dejé mi pueblo cuando me fui a la universidad.
En ese entonces no sabía que las emociones no pueden contenerse, así como no puede contenerse un relámpago en una tormenta. Tuve una crisis un par de veranos después, en forma de sueños universitarios fallidos, un trabajo sin salida de esos que te drenan la vida, la muerte accidental de una gatita bastarda, rupturas, y demasiado tiempo a solas con mi mente para que mi corazón adolorido pudiera manejarlo.
Llame a una línea de prevención del suicidio, sin darme cuenta de que a veces “prevención del suicidio” significa vehículos de emergencia e internaciones obligatorias, cuando todo lo que vos queres y necesitas es hablar con alguien. A través de promesas falsas sobre no hacerme daño, colgué el teléfono y aprendí a dejar de hablar sobre mi deseo de morir.
Fue en ese momento, cuando conforté a la voz preocupada, pero robótica del otro lado del teléfono, que aprendí que mientras muchas personas quieran saber lo que te mantiene despierto por las noches no siempre están preparadas para lidiar con tu deseo de morir. Lo que es más, en muchas líneas de prevención de suicidios, tienen sistemas que activan intervenciones de emergencia si mencionas cualquier pensamiento o deseo de buscar absolución en una bañera turbia o en caídas libres. Estos sistemas existen para personas en crisis, pero no mi tipo de crisis. Los pensamientos siguen ahí pero mi deseo de buscar ayuda esta reprimido en lo profundo de mi ser.
Mi siguiente y último intento de hacer terapia chisporroteo cuando de nuevo surgió la opción de la hospitalización. En este punto de mi vida, desear morir se había convertido en un pensamiento rutinario, y necesitaba hablar de cualquier cosa excepto de eso. Hace tiempo que soy consciente de que quizás mi cerebro solo este más en sintonía con pensamientos tristes. Mi terapeuta no estaba de acuerdo. Una cita a la que no acudía finalizaba nuestra relación de paciente-médico que sosteníamos por correo y una vez más, me encontraba solo sin apoyo alguno.
More Radical Reads: When It’s Not All Good: Learning How To Be Okay In The In Between
¿Qué le sucede a personas como yo?
He tenido muchas conversaciones y he podido construir comunidad con personas con experiencias similares a la mía, es decir, terapeutas de porquería, sobre medicación, incapacidad para discutir pensamientos recurrentes de suicidio por miedo a la hospitalización, pero no he podido encontrar muchas representaciones culturalmente hegemónicas de mi condición. Con tantas arengas a celebrar la diversidad en todas sus formas, ¿Por qué marginamos de la diversidad a quienes viven con una enfermedad mental?
En mis años de lucha, lo que necesitaba de manera muy urgente era más imágenes y más narrativas mediáticas de personas con tanto miedo a proveedores médicos que no hablaban del dolor que experimentamos, pero a la vez buscaban desesperadamente recursos para lidiar con nuestro deseo de morir. Estoy segura de que otros sintieron lo mismo.
Necesitamos más conversaciones de personas que reconozcan las experiencias de personas que viven con pensamientos suicidas recurrentes. Necesitamos más material que revele las formas a través de la cual nuestras identidades a menudo crean un entorno que reduce nuestras posibilidades de encontrar terapeutas culturalmente competentes o que garanticen un tratamiento de calidad que podamos pagar, al mismo tiempo que intensifica las formas en las que las instituciones médicas traumatizan a quienes como yo viven en la marginalidad. Y al mismo tiempo necesitamos más médicos que puedan apoyarnos en esta lucha.
Me convertí un experto en reducción de daños y en aprender a desarrollarme con un cerebro que rechaza la norma. Mi cerebro manifiesta su vulnerabilidad a través de una enfermedad crónica que es tan oscura que me aterra. Pero de alguna manera, mi belleza consigue asomarse por entre las espinas. No solo debemos desafiar el estigma asociado con la depresión, sino que debemos empezar a reconocer el hecho de que quizás nunca seamos la imagen de una persona recuperada. Y eso está bien. Porque al final del día no es la depresión la que amenaza con matarnos, sino la necesidad insatisfecha de no poder hablar y largar todas las emociones que se acumulan en nuestro interior.
A veces, la recuperación es dejar de estar deprimido. A veces, es dejar de desear la muerte. A veces, la recuperación es instalarse a ver televisión basura durante horas, perderse en la fantasía, coger y comer en exceso, pintar tu habitación durante la noche, antojarse de waffles a las 4 am y obligarse a ir a otra fiesta aburrida.
A veces, recuperarse es solo encontrar suficientes maneras de lidiar con esto y suficiente belleza en este mundo que te motive a seguir viviendo a pesar de lo que dicen tus pensamientos.
[Featured Image: The photograph shows a black person with their eyes closed and their hand in front of their face.]
Share your thoughts
You must be logged in to post a comment.