
En palabras inmortales de Brianna en la película clásica A por todas: Todo o Nada: “Siempre he tenido un culo grande. Viene de familia. Somos una familia culona”.
Mi familia nunca hizo a los “delgados” bien. Mi padre siempre ha estado entre “normal” y “achuchable”, mi madre tenía una considerable y marcada figura de reloj de arena, y mis dos hermanos menores eran notablemente rechonchos.
¿Y yo? Yo era gorda.
Las cosas han cambiado en la última década. Mi madre hizo ejercicio hasta mover el culo (literalmente), y ahora básicamente solo come carne para para quedarse así. Mi padre ha perdido peso con éxito. Mi hermano menor creció y perdió la mayoría de sus michelines. Y quizás, lo más significativo, es que mi otro hermano perdió 35 kilos rápidamente con la dieta Dukan y ha sabido mantenerse durante dos años hasta ahora.
¿Y qué pasa conmigo? Que sigo gorda.
Probablemente siempre he sido la más gorda de mi familia y con certeza lo soy ahora. Soy la que menos mide y la que pesa más. Mis hermanos han tenido su momento gordo, pero mi gordura siempre fue más consistente, y por lo tanto siempre he sido el objeto de la vergüenza. Cuando estaba creciendo, mi gordura siempre flotó como una nube, teniendo un significado importante en las decisiones que mis padres tomaron al educarme. Mis padres ya no me educan, por supuesto, pero siguen sintiendo vergüenza de mi y esa vergüenza me sigue afectando, aunque afortunadamente mi participación activista hace el golpe menos duro.
Sentí el efecto de esa vergüenza por primera vez con siete años cuando me llevaron a un dietista. Esa mujer le dio a esa niña que era yo una dieta aburridísima, de la cual no me acuerdo. Pero una cosa que recuerdo como si hubiera sucedido ayer fue que la mitad del plato de mi cena debían ser verduras. Así que cada noche, cuando se servía la cena, mis hermanos tenían un plato normal dividido en tres partes mientras yo tenía un montón de verduras felizmente amontonadas y una mínima porción de carne y patata. Lo odiaba. No es que fuera fan de las verduras en aquella época, pero no era esa la razón por la que lo odiaba, lo odiaba porque era injusto.
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Otro ejemplo: años más tarde, practicaba artes marciales regularmente, pero ya me había cansado de aquello. Mis dos hermanos sentían prácticamente lo mismo, y mi madre los dejó quitarse sin demasiado jaleo. Yo seguí con ello un tiempo más, y cuando finalmente decidí dejarlo, mamá me preguntó qué iba a hacer en lugar de aquello. Le dije que iría a clases de teatro. El teatro era algo que siempre me había interesado y tenía muchas ganas de hacer por fin algo que me gustara al salir de clase. La respuesta que me dió mi madre, en un tono enojado y condescendiente, fue “pero el teatro no es ejercicio, ¿qué vas a hacer para hacer ejercicio?”. Yo estaba enfadada y dolida porque a ella no le importaba lo que me gustaba, pero eso era la injusticia, el hecho de que ninguno de mis hermanos fuese recriminado fue lo que más me dolió. Realmente no entendía qué había hecho para merecer ese trato tan injusto.
Cuando era una adolescente, entendí que estar gordo era algo malo, y que las dietas y el ejercicio rutinario que mis padres me obligaban a hacer eran extremadamente molestos, pero no injustos. Mi familia, mis amigos y el mundo entero me decían que estar gorda era mi culpa, y que las horribles dietas y el ejercicio eran el precio que tenía que pagar por ser una mala persona y permitirme ser gorda.
Lo que más me molestaba eran los comentarios que me recordaban que estaba gorda y las insinuaciones sobre que estar delgada debería ser siempre mi prioridad número uno. Recuerdo una Pascua que tuve una intoxicación alimentaria y tuve que ir al hospital. Como no podía comer nada, perdí unos 3 kilos. La respuesta de mi padre fue: “bien, esperemos que esto continúe así”. Incluso cuando me creí todo el tiempo que mi gordura era culpa mía, este comentario me deprimió tanto que solo pude tolerarlo con una gran ración de sarcasmo dentro de mi cabeza. Fue algo así:
Porque, seamos honestos aquí, gente, recuperarse de una intoxicación es algo que tienes que hacer deprisa si eres una persona delgada, pero cuando eres gorda, tienes que cargar con la culpa, náusea y la deshidratación que la intoxicación te brinda el mayor tiempo posible, porque perderás más kilos al final, y todos sabemos que eso es lo más importante.
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Comentarios como este continúan hasta hoy. Mi madre es especialmente aficionada a ellos. Justo hace pocas semanas, hablábamos sobre la talla media de los hombres en diferentes países, y decía cómo estaba ella en la medida de la mujer australiana, entonces dijo: “y ese peso medio son 70 kilos, estoy como diez por encima porque soy un poco más alta y tengo más masa muscular”. Entonces, mirándome, puso el punto final: “tú no tienes excusa”. ¿No? Entonces mejor que no estuviera buscando una.
Creo que tiene sentido que me molestara cuando era insultada por ser gorda. Después de todo, ¿quién no se molesta cuando alguien te dice o hace algo que no te gusta, sin importar si sentían si lo merecían o no? Quizá lo que era menos lógico era la culpa. A ver, quiero a mi familia, y estoy muy unida a mis padres. Con cada dieta que fallaba de adolescente y cada ejercicio que tenía que hacer que no me gustaba, sentía que les estaba fallando de alguna manera. Quería que mi familia estuviera orgullosa de mí, y sentía que mi incapacidad para estar delgada les impedía la habilidad se sentir orgullo de mí como debieran.
Han pasado algunos años desde que dejé de ser una adolescente y puedo decir con seguridad que ese enfado, la pena, y la culpa, han bajado considerablemente. El mayor punto de recuperación fue cuando entré en el activismo y aprendí que estar gorda no era mi culpa. Creo que mucha gente sienten que son malas personas por no ser capaces de controlarse o por no ser capaces de encontrar lo que la sociedad espera, o lo que sea. Cuando aprendí que no era una mala persona y que no tenía que sentir vergüenza de mi gordura ni del color diferente de mis ojos, dejé de sentir culpa. Cuando más he aprendido a estar alerta del predominio del mensaje de que lo gordo es malo, la vergüenza que sufrí se ha transformado, si no en excusable, al menos comprensible. Esto ha ayudado a bajar el dolor y el enfado que sentía.
Dicho esto, mi familia sigue siendo gordofóbica, y sigue habiendo un sentimiento de que mi gordura siempre será causa de frustración para ellos. No soy de piedra. Cuando más se evidencia que el peso es una cosa casi imposible de controlar, ocasionalmente sigo pensando que mi peso es por mi culpa, y que si tratara de “ser un poco más fuerte”, podría perder peso y mantenerme, como mis dos hermanos fueron capaces de hacer. La peor parte es que si hubiera adelgazado, creo que mi familia habría estado más orgullosa de mí que cualquier otro logro que pudiese alcanzar. Afortunadamente, tengo que ver las cosas en perspectiva. Mi gordura será algo que no le gusta a mi familia, pero puedo garantizar que les gustan otras cosas de mí, como a mí me disgustas otras cosas de ellos. Creo que tengo suerte de tener esa perspectiva.
Creo que todo en la vida nos enseña cosas, y crecer en una familia gordofóbica no es la excepción. Hay cicatrices de la batalla, por supuesto, y muchas de esas sangran. Pero a la vez que aprendo más y más a no avergonzarme de mi cuerpo, encuentro esas cicatrices menos sangrantes.
Love and Monte Carlos,
Gillian
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