A menudo cuando el deseo aparece en las conversaciones, esta queda reducida a una experiencia personal o se refiere a la frecuencia con las que se tiene sexo, o con cuantas parejas sexuales, lo que es, desde luego, parte de la conversación pero no “la conversación”. Esto provoca un modo sencillo de clausurar el tema y de evitar que puedan aparecer otros aspectos no tan agradables, como la codicia, las exigencias y las fuerzas culturales que crean e institucionalizan nuestros deseos.
Pero nuestro deseo y lo deseados por otras personas que podemos ser, no es algo que se refiera solo a con quien tenemos o queremos tener sexo, o con qué frecuencia se tiene. Tiene también que ver sobre el cómo tratamos al resto de las personas.
Hace unas semanas fui a tomar algo con una amiga, que como yo, está un poco gorda. Al chico detrás del mostrador que nos atendió, que era un chico gay, muy delgado, enseguida le noté como se mostraba visiblemente incómodo e irritado por mi talla y evitaba mirarme durante todo el tiempo que allí estuvimos. Mi gordura me ha entrenado a saber protegerme de las reacciones de los demás, a dónde dirigen sus miradas, si hacen esfuerzos para evitar mirarme o lo hacen más de la cuenta con un silencio de desaprobación. Me doy cuenta. Cuando nos fuimos, mi amiga me comentó que amigable y amable él había sido con ella y le conté mi experiencia con él. Se ofendió en mi lugar y me preguntó qué es lo que yo pensaba sobre él, como si yo pensara que era una persona excepcionalmente desagradable y terrible. Le contesté que sus acciones eran absolutamente comunes, era lo ordinario en línea con el poder social.
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Sería sencillo describir estas experiencias como singulares y fuera de cualquier tipo de referencia, pero esas estructuras de pensamiento diseñan nuestras vidas. Es el modo en como se nos ha enseñado a tratar a alguien a quien se nos ha enseñado que son indeseados (incluso si de hecho, los deseamos) y este comportamiento tiene su apoyo en la sociedad.
Hace algún tiempo, no muy lejano, tuve que escuchar como mis amigos gays tenían sexo y planeaban sus citas amorosas. Escuchar sus experiencias podría conducirme a sentimientos de celos y resentimiento al comprobar como nuestras experiencias eran tan diferentes, en vez de que me alegrara por ellos. No quiero luchar contra eso y quiero estar con mis amigos. He intentado explorar de dónde vienen esos sentimientos y como ganan terreno en nuestros sentimientos y experiencias. De lo que me he dado cuenta es que no se trata de solo de escuchar cuanta gente consiguen ligarse en el bar o de cuánta atención pueden atraer allí o mediante las aplicaciones de citas que yo no puedo. Mientras esas cosas duelan como un adusto recuerdo de nuestras diferentes experiencias y del modo tan diferente en que somos vistos, apoyados y valorados (en mi caso menos valorada) e invitados a participar en los círculos sociales (y sexuales) ellos también podrán desaparecer, ya que esto supone un aspecto importante de sus vidas (aunque sea por una noche). Nuestra relación permanece a la espera de la subidas y bajadas de su capital sexual, mientras que la mía permanece más bien inactiva.
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Este es el modo en como las políticas de la “deseabilidad” dicho de otra forma, de lo deseable, son replicadas en las relaciones íntimas (y uso intencionadamente el término íntimo respecto a la amistad). Por eso hago esfuerzos (y a veces no lo consigo) de trata a mis amigos como amantes como un acto político subversivo contra la jerarquía del romance que se establece en nuestras vidas como principio. En cierto modo también porque esas relaciones me sustentan cuando no puedo contar con una amante o incluso con un potencial amante. Pero esto se convierte en en difícil de soportar cuando mis posibilidades de una relación íntima están en función de lo deseable que soy para los otros y ellos para mí.
Tampoco creo que todo esto sea específico de las relaciones del mundo gay y no es el único contexto en el cual he sentido un particular abandono en el nombre del sexo y del amor. Y en cierto modo, me siento culpable en ocasiones, porque yo tampoco estoy exento de replicar esas jerarquías, esas políticas , por mucho que trato de ser consciente de ellas. El hecho es que esas estructuras del deseo informan como tratamos incluso a aquellos que valen más que nosotros. Creo que esto es un trabajo que debemos hacer, y como toda reconstrucción, necesita de cooperación. Se requiere trabajar sobre las experiencias que todos tenemos.
Independientemente de con quién o con quién queremos tener sexo o si no queremos tener sexo en absoluto, la sexualidad influirá de modo soterrado en como valoramos y admiramos a a las personas de todo el mundo, tanto a los amigos como a los extraños. Eso es en lo que deberían centrarse las conversaciones sobre el deseo en general y el atractivo sexual de las personas en general.
Para mi es algo importante seguir interrogándome sobre el deseos, no entonces por si soy atractivo para alguien, sino ser consciente de los poderes que informan y componen el deseo y qué mantiene vivo mi deseo. Pero también que las personas que definidas culturalmente como feas o no deseables puedan recibir de modo justo el valor y la estima que merecen, especialmente en nuestras relaciones más íntimas.
[Feature image: photo of a group of five friends of various genders, racial backgrounds, and fashion aesthetics having a party. They are actively engaged in conversation and looking at each other with joyful expressions on their faces. On the table in front of them are brightly-colored party hats, cups, and a pizza. Source: Zackary Drucker, The Gender Spectrum Collection]
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