Soy una persona deprimida, pero deprimida es un verbo. Considero mi depresión como el resultado de una posición social y de la inevitable historia de colonización, racismo, del estigma de la gordura y de la discriminación. Estoy tomando antidepresivos, pero éstos solo pueden reprogramar la química de mi cerebro y no la realidad social y material en la que vivo. No puede reprogramar a aquellos que quiero para que me den el cariño que necesito. Ellos no pueden alteran sus experiencias de devaluación, de desinterés sobre las percepciones de los demás y como interactúan con mi cuerpo y por extensión conmigo mismo.
Estoy en una etapa transitoria de mi vida, me he trasladado de un lugar a otro del país y he comenzado mi curso universitario. El traslado ha sido un trastorno aunque ya conocía a gente en la zona antes de mudarme. Pese a eso, construir nuevas relaciones es difícil y también lo es intentar confiar en nuevas relaciones sin tener las que anteriormente me han sostenido.
¿Qué significa sobrevivir cuando soy una persona perpetuamente soltera?
Estoy también también en un momento en mi vida en la que la mayor parte de mis amistades tiene pareja, mientras que yo permanezco soltero. Nunca me he sentido incompleto o solo, por el hecho de no tener una pareja, pero últimamente me siento particularmente “soltero”. Cuando pienso en las bondades de tener una relación amorosa, de mostrarnos en publico y mis propias experiencias de las relaciones de pareja de mis amigos, reconozco esas bondades, y no solo desde el punto de vista económico o físico. Con pareja se puede tener una relación diaria, recíproca e interpersonal. En pocas palabras: inversión y cuidados. El ejercicio de la inversión en cariño para alguien que e incorpora a nuestra vida de modo tan significativo, hace que su presencia se vuelva se sienta como necesaria o incluso como compulsivamente necesaria.
Cuando digo que no tengo pareja quiero decir que se me niega la intimidad y el cariño en mi vida de aquellos a los que quiero.
Pero eso no significa estar atado a un romance. Encuentro que son estas cosas las que echo de menos más que el romance “per se”. La seguridad de contar con alguien que cuidará de mi cuando esté enfermo. Que me cuide durante una crisis. Que comparta conmigo las alegrías y las tristezas. Este cariño no está reservado a la pareja, pero parece que culturalmente se está de acuerdo en que sea distribuido de modo selectivo y solo para aquellos que tengan una relación amorosa. Yo recibía esas cosas de relaciones platónicas cuando era más joven, pero ahora que tengo más edad, la mayoría de mis amigos tienen parejas y relaciones estables, y van desapareciendo hasta el punto de hacerlo por completo. Quizás nos volvemos menos ingenuos o más en guardia contra el dolor o más cansados por el paso de los años, con menos energía para dedicarla al cariño como antes lo hacíamos.
Sin embargo, participo en aquello que llamo los impactos del cuidado sobre nosotros y sus consecuencias.
Particularmente en aquellos de nosotros que no tenemos pareja y estamos excluidos de la relación romántica, (no solamente en el interregno entre una relación y otra) y tenemos cuerpos, subjetividad, que la gente cataloga y que etiqueta como no digno de amor.
¿Puede el propio amor asegurar mi supervivencia bajo el capitalismo?
Como ya he escrito, esto es lo que historia me ha enseñado. Como alguien que es gordo, cetrino y afeminado, tanto como si quiero como si no, cuando hablo de este feeedback que recibo a menudo, consiste en que tengo que amarme a mí mismo y que los otros me devolverán aquello que yo he dado. En ciertos casos puede ser verdad, pero no estoy seguro que sea cierto a la larga. La clave no es tanto cuál es mi propia autopercepción, como sobre la historia sobre qué cuerpos son dignos de ser deseados y por extensión de ser amados y dignos de recibir cuidado y cariño. Estaría inclinado a suscribir esta filosofía si no hubiera incontables ejemplos de aquellos cuerpos considerados culturalmente valiosos, dignos de cuidado y atención, pese a su propia autopercepción. El capitalismo no quiere que nos amemos a nosotros mismos, solo unos pocos de nosotros lo hace y algunos de nosotros adoptamos esta actitud pese a ello. Pero hay legados de los que me niego a sentirme responsable.
Esta retorica descansa en que tenemos que sobrellevar las deficiencias de los que nos rodean. Llevar a cabo la tarea no solo de cuidarnos a nosotros mismos, sino también cuidar a los demás que no lo hacen con nosotros. Esta idea de falta de equidad, la deben llevar a cabo aquellos que tienen cuerpos que se consideran socialmente menos valiosos y que estadísticamente son más propensos a tener experiencias de depresión, que precisamente impiden ese cariño. Podríamos decir que lo que se impone es una “pobre praxis” que reserva el cariño y los cuidados para aquellos que ya tienen cariño.
Tengo que esforzarme para recordar que esto no es lo que siempre en sentido, ni es lago que quiero sentir. Intento amarme a mí mismo. Creo que tengo muchas cosas que ofrecer a los demás. Me considero un buen amigo para aquellos que han elegido cultivar mi amistad y les doy lo mejor de mí. Pero la experiencia y la historia me ha enseñado que hay límites respecto a lo que los otros están dispuestos a darme. Incluso cuando hay personas sexualmente interesadas en mí (de las cuales hay bastantes) su interés no se extiende habitualmente más allá del sexo. Parece que hay un límite en el cariño que los otros están dispuestos a concederme. Estas dinámicas suceden tanto si las reconozco como si no, tanto si soy capaz de nombrarlas como si no.
Y es difícil no verlas como otra cosa que una elección. Dicho de otra forma. Aquellos que me rodean restan importancia nuestra relación en aras de sus relaciones románticas y sexuales. Relaciones que, históricamente, tienen lugar con personas que poseen un cuerpo más conforme con los cánones socialmente aceptados que el mío (blancos y delgados) o no tan gordos como yo, o transexual, o no discapacitado o alguna combinación que les permita el acceso a que la gente tenga sentimientos románticos hacia ellas.
A menudo, cuando conozco a gente nueva, me pregunto si me considerarán atractiva y en consecuencia ajusto mis expectativas a este pensamiento. Reconozco que esto puede ser interpretado como un comportamiento un poco narcisista o superficial, pero me he dado cuenta de que lo que me estoy preguntando es: ¿Tendrá esa persona cariño y me cuidará? ¿Hay alguien al que le importe por encima de los demás? ¿Hay alguien que invertiría en mí y que pondría todo el esfuerzo necesario en que nuestra relación fuera positiva y beneficiosa? ¿Hay alguien que se comprometiera, incluso si es una labor cansada, incómoda, desagradecida, invisible y que se sintiera recompensada por el hecho de mantenerme vivo? Yo haría eso y por tanto mis expectativas están también acordes. Por tanto, no participo de mi propia opresión, cuidando a los demás, llevando esas relaciones solo sobre mis hombros, cuando ellos no estarían dispuestos a tratarme de un modo recíproco.
Estas son preguntas que me hago a mí mismo también cuando considero mi propio interés (y también desinterés) en otras personas (cuerpos). Y me interesa descubrir de dónde vienen esos sentimientos. Tengo dudas que sean preguntas que pueda hacerse aquellos que han sido privilegiados con un cuerpo que culturalmente se considera apreciado y digno de ser amado. Dudo que ellos lo puedan entender.
Es un asunto que he conversado numerosas veces con mis amigos. Son también si se quiere “inversiones” que he realizado en un pequeño grado cuando el contexto me lo ha permitido. Pero solo porque he tenido que participar en este “comercio” no significa que me parezca bien, o que sea neutral o ahistórico. Significa que sucede, es como operamos culturalmente incluso en contextos sociales de activismo en el que se emplea la retórica de la construcción de un nuevo mundo.
¿Podemos admitir que lo que elegimos amar es también política?
Estoy cansado de discutir con mis amigos. Estoy harto de intentar convencerles de que importo tanto como sus intereses románticos y sus parejas. En muchos sentidos amar es una decisión. Decidimos en quién distribuir los recursos necesarios para mantener a la otra persona viva y también en cuidarla. Estoy harto de intentar que la gente me vea como alguien que merece la pena ser amado, cuidado, que se invierta en mí la misma atención que con sus parejas. Estoy harto de recordarles que el simple hecho de elegir a quién amar y por extensión de invertir la suficiente energía en ello, es un acto político.
Invertir en gente es también invertir en cuerpos, y esto no existe fuera de las posibilidades y prioridades construidas históricamente. Podemos detener la politización del deseo cuando detengamos la distribución de nuestro amor y nuestro cariño basado sobre esto. Cuando dejemos de usar nuestro deseo pensando en a quién deseamos mantener vivo a nuestro lado o al menos hacemos esfuerzos para hacerlo.
Precisamente ahora que escribo estas líneas estoy muy impresionado por la epidemia de suicidios de “femmes”. Ha habido tantas figuras “femme” que hemos perdido estos años. Emblemáticas. Leyendas. Iconos. Gente que hizo arte que nos conmovió y por ello perduran en nuestra memoria, y que también hicieron comunidad. Esos son a los que recordamos. Me pregunto cuántos más habrá que nunca llegaron al nivel de “microcelebridad”.
Invoco su legado, no para fetichizarlos, procesarlos o explotarlos, sino para enfatizar la parte más dura. Suicidarse es una decisión difícil y complicada y, quizás, que no puede ser a menudo evitada por otras personas. Pero la relación con el cariño que recibimos o no y la intensidad y frecuencia con que se tiene ese cariño, me sugiere que existe relación entre el amor las ideas o fantasías suicidas.
Mas Articulos Radicales: Treating My Friends Like Lovers: The Politics of Desirability
¿Podemos mantener a los otros vivos a pesar de nuestro capital sexual?
Ha habido varios momentos en mi vida en los que he pensado que no habría un gran malestar en nadie si yo ya no estuviera aquí. Algunos no podría ya mandarme mensajes de vez en cuando, pero no habría realmente un hueco que no pudiera ser llenado por otros. Mi ausencia no cambiaría el día a día de nadie. Eso me dice que nadie ha invertido en incorporarme a su vida, en distribuir su cariño en mí y por eso mi ausencia, de ninguna forma significativa creará una laguna.
Esta construcción del amor, realmente me da miedo. Como sujeto que tanto personalmente, como histórica como culturalmente ignorado y no cuidado tengo el deseo de recibir cariño y ser importante para alguien pero el hecho de tratar yo a los otros de la misma manera me horroriza. No quiero sentir la obligación de reservar el amor y el cariño que tengo por una persona concreta y que eso signifique que no pueda dar amor y cariño a otras. No creo que eso sea lo que el amor y el romance deban ser, pero este parece ser el modo en que se practica si no intencionalmente, al menos sí de modo inconsciente. Por eso siento que es difícil no considerar este hecho como un producto de capitalismo individualista que nos conduce a dividir y a conquistar. Yo quiero dar mi amor y mi cariño de un modo generoso y quiero que se me devuelva independiente de cualquier tipo de obligación romántica.
Mas Articulos Radicales: 5 (More) Ways to Radically Exist in Decolonial Love
No quiero ser amado. Quiero recibir cariño y ser importante para alguien y quiero construir un mundo donde el amor romántico no sea un prerrequisito para recibirlo, especialmente no bajo el el actual régimen en el cual se limita ese privilegio para ciertos cuerpos.
Esto no debe ser así. Podemos comprometernos en cuidarnos a pesar de nuestro capital sexual. Necesitamos cuidarnos y mantenernos vivos. El mito de la autoconfianza tiene una raíz neoliberal que se asienta en la victimización y la culpabilización para oscurecer, neutralizar y despolitizar nuestras acciones, en nombre del libre albedrío.
¿Podemos cuidar de los otros fuera del amor? ¿Podemos comprometernos en mantener vivos a aquellos que no son queridos ni deseados? ¿ Es ese mundo el que tenemos el potencial de crear?
[Image description: Photo of a man sitting on a teal bench outside. He is sitting with his eyes closed and his body thrown back against the bench as if either napping or in anguish. He has short dark hair, a dark mustache and beard, and is wearing a grey t-shirt and dark pants. His bench is one among many rows of benches, yet he is the only person present. Behind him is green vegetation and a building peaking out from behind the leaves. Source: Jeswin Thomas for Pexels]
Share your thoughts
You must be logged in to post a comment.