A 24 kilómetros de Sanford, Florida, y doce años antes de que se hiciera famosa por la muerte de Trayvon Martin, un pulidor de mármol del tercer turno en un hotel de moda en Orlando, sienta a su hijo de trece años y le explica cómo ser negro delante de la policía.
“Cuando te pregunte tu nombre, díselo entero, con apellidos”, le dice. “Cuando te pregunte dónde vives, quiénes son tus padres, a qué colegio vas, díselo. No le mires a los ojos a menos que él te diga que lo hagas”.
El hijo se sienta en el borde de su cama, hay un poster de Kurt Cobain en la pared, ese donde tiene una guitarra que pone que el vandalismo es bonito, como una roca en la cara de un poli.
“Cuando te diga que pongas las manos en la cabeza, hazlo. Cuando te diga que te pongas de rodillas, hazlo. No discutas. Di, “sí, señor”. Y si empieza a leerte tus derechos, mantente quieto”.
Es la primera vez que usa “y si…”.
“Y si te golpea, no se lo devuelvas. Es posible que se ponga violento. Puede que use las esposas, o su pistola, o alguna de esas porras”.
El inglés es su segunda lengua, pero también es la que usa para leer los periódicos.
“Si te arresta, no le digas nada. Podemos contratar a un abogado. Podemos cuidarte. Pero será más fácil si no le dices nada. Y no pelees”.
El padre repite su discurso cada dos años. Cuando el hijo aprende a conducir, añade una sección sobre cómo sobrevivir cuando te detienen en el arcén. Cuando empieza a salir con una chica blanca, le explica que a algunas personas no les gustará, le dice que tenga cuidado en los barrios pobres, pero también en los buenos. Todas las veces le repite a su hijo: no pelees.
Tras lo sucedido en Ferguson, circulaban dos hashtags de familias de color en Twitter contando sus versiones de la misma historia: #TuveLaCharla y #DiLaCharla. Cuando se lo enseñé a mi novia políticamente progresista, me preguntó si eran acerca de la menstruación. No entendió durante años por qué yo me ponía tenso cuando veía sirenas, por qué me quedaba en silencio en las cafeterías cuando una cuadrilla de policías se daba una vuelta por allí para tomar (normalmente gratis) el café de la tarde.
En un reciente panel de discusión sobre Ferguson colgado en Rutgers-Camden, un colegio mayor de Estudios Urbanos, Marcus Biddle hablaba sobre un video donde un hombre blanco está cortando la cadena de una bici en público, interrumpido sólo una vez por un paseante que le preguntó si era su bici. El hombre contestó que sí, así que el paseante se fue. Las mismas circunstancias, la sierra, la bici, la acción cometida esta vez por un hombre negro, y se reúne una multitud mientras se llama a la policía. Biddle se refirió a esto como un “experimento social” —Yo cortésmente lo llamo “intento de suicidio”, dependiendo del barrio.
Lo pondré en otro contexto: un Brigadier General e historiador llamado S.L.A. Marshall llevó a cabo un sondeo en 400 compañías de infantería durante la Segunda Guerra Mundial y determinó que sólo un 15-20% de los soldados estaría dispuesto en realidad a disparar al enemigo durante una contienda. Análisis sobre esto y sobre estudios similares que datan del siglo XIX han guiado al psicólogo e historiador Lt. Col. Dave Grossman a una conclusión: “el hecho simple y demostrable es que hay, dentro de hombres y mujeres, una resistencia intensa a matar a otras personas. Una resistencia tan fuerte, que en muchas circunstancias, los soldados de una batalla morirán antes de poder llevarla a cabo.” ¿Cómo darle respuesta a esto entonces? ¿Cómo pueden los soldados y los países que defienden ser llamados contra otros pedazos de su misma especie y buscar sus muertes en las trincheras y campos de aviación? Fácil: deshumanizándolos.
Coged sus títulos y dignidad. Renombradlos como “mugre amarilla”, “japo” y “moro”, de los cuales todos tienen sus casas invisibles en los márgenes de nuestros libros de historia. Incluso en nuestro entretenimiento, donde los zombies y tropas de asalto y orcos son masacrados por los héroes. Debes saber separar esto que matas de la humanidad. Son animales, bestias, algo inferior. Porque es muy duro realmente matar a alguien que parece un ser humano.
Trayvon Martin recibió un disparo en el pecho. A John Crawford le dispararon dos veces por llevar una pistola BB en una cartuchera a la vista de todos. Jordan Davis tenía balas en sus piernas, pulmones y aorta cuando no pudo parar la música que estaba escuchando. Eric Garner fue reventado por un policía de Nueva York por mucho que le dijera en tres ocasiones que no podía respirar. Y por supuesto, Michael Brown fue disparado seis veces, dos en la cabeza, mientras intentaba huir.
Es muy difícil disparar a alguien cuando te pareces a un ser humano.
[Pie de imagen: la fotografía muestra a un niño negro llevando una gorra roja de béisbol, chaqueta beige y pantalones azules. El niño está de pie en la carretera junto a una línea amarilla. Detrás del niño un coche de policía con las luces puestas; hay gente detrás y al lado del coche. El niño mira hacia el coche de policía y la gente.]
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