Cuando mi hija, P, empezó a ir a una pequeña “unschool” (*no existe este término en español, adjunto link para saber más de este movimiento), no solo descubrió una educación alegre, sino también la alegría de un pelo pintado. Los unschoolers creen que los niños aprenden mejor cuando escogen lo que aprenden y cómo aprenden dichas lecciones. No fue una sorpresa encontrar niños a los que le gustaban nuestros niños escogiendo también cómo deseaban ellos presentarse al mundo. Las niñas del colegio lucían el pelo pintado con tiza con algo más de intensidad en las puntas. P, en ese momento de siete años, empezó una campaña. La tiza no iba demasiado bien en su pelo oscuro y ella quería el estallido de color que vio en el pelo más claro de su amiga.
Yo tenía dos dudas al respecto así que le dije que esperara: una, no quería estropear su cabello con decolorante, y dos, no quería que pareciese demasiado mayor. La segunda preocupación me trajo también un conflicto filosófico. Creer en la autonomía de un niño significa respetar no solo grandes elecciones como qué desean aprender sino también cosas simpes como de qué color quieren llevar su pelo. Esto significaba tratar con enredos, pelo muy corto con increíbles trasquilones, y ahora aparentemente con colores salvajes. P y yo llegamos al acuerdo de que podría teñir su pelo cuando cumpliera diez años.
El día que cumplió diez años, teñimos su pelo de azul. Nuestros primeros paseos con el pelo nuevo de P fueron positivos. Ella resplandecía de orgullo en el trapecio cuando la clase entera decidió hacer un triplete llamado “sirena” en honor a lo que una niña dijo “el pelo de sirena de P”. Lo dejó suelto a la vez que se balanceaba en la barra y fluía alrededor de ella como agua. Durante la clase de arte de su hermana, las profesoras que también conocían a P exclamaron sobre su belleza. Tanto su padre como yo nos reímos de cómo el cabello azul le había sentado tan bien. Pero lo que realmente importaba era cómo de fortalecida se sentía P con su nuevo pelo. Sus movimientos se volvieron más valientes. No parecía tímida. Yo me preguntaba si había sido el pelo o que la dejamos elegir.
Pasado un tiempo, las respuestas positivas empezaron a mezclarse con algunas reacciones negativas. La gente me hacía comentarios sobre cómo ellos no dejarían a sus hijos teñirse el pelo. “Deben ser niños tanto como puedan”, me confió una mujer con una mirada significativa a mi hija. Algunos padres me dijeron que no estaban preparados para que sus hijos fueran vistos como “sexy”. Y muchas miradas desagradables se cruzaron en mi camino cuando niños de la edad de P usaron a P como una referencia para teñir su pelo. Estas respuestas me dejaron anonadada. Recordé mis propias dudas acerca de que P pareciese demasiado mayor. Pero P seguía jugando con animales de plástico con su hermana de cinco años. Seguía columpiándose en los juegos infantiles como los otros niños. Definitivamente ella no quería ser sexy. No se vestía de manera que pudiese ser considerada sexy en modo alguno.
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El problema del que me di cuenta es que el color de pelo de P coincidía con una etapa de crecimiento que hacía que ella pareciese mayor de diez años. Los hombres empezaban a mirarla diferente, y por supuesto tener el pelo azul hacía que pareciese mayor. Pero aun así me preguntaba, ¿he castigado a mi hija por hacerla crecer demasiado rápido? ¿Era realmente justo decir que no al pelo azul porque su cuerpo parecía mayor de diez? Y más concretamente, ¿Iba a ir en contra de mi profunda convicción de que los niños merecen autonomía sobre sus cuerpos negándole le elección del color de su pelo?

¿Estaba el asunto realmente permitiéndome que mi hija creciera demasiado rápido? ¿O era el tema con otras personas que colocan sus propias ideas sobre la sexualidad en su cuerpo?
Nuestra familia cree que los niños son seres humanos completos con sus propias voces que merecen ser escuchadas y opiniones que merecen respeto. Protegemos a nuestros niños, pero hacemos lo posible para guiarlos en que tomen decisiones seguras para ellos mismos. Nadie va a interponerse en nuestro camino, por supuesto, pero nuestro objetivo es darles libertad en la toma de decisiones también. Esto significa permitirles que elijan su propia ropa, su propio estilo de pelo, etc. No siempre es fácil y a veces necesitamos fruncir el entrecejo ante rayas con lunares o la sensatez de llevar un vestido de lentejuelas al parque. ¿Pero cómo mantengo el equilibrio del deseo de mi hija de llevar el pelo azul ante un mundo que quiere sexualizar a niñas pequeñas? Mi papel como guía significaba caminar en esta delgada línea entre permitir a mi hija ser una niña pero también reconocer que algunas cosas que el mundo veía como sexuales en mi hija, no lo eran.
No puedo negar que siempre me he sentido un poco aliviada cuando mis hijas evitaban los pantalones cortos o minifaldas. Nunca quisieron llevar bikinis cuando eran niñas pequeñas. Lo pasé mal al ver videos de chiítas enseñando chicas jóvenes bailando con y para hombres adultos. Como muchos padres, mis cejas de alzaron cuando vi a Willow Smith tendida en una cama con un hombre de unos veinte años sin camiseta. Pero también leí las explicaciones de los chiítas y Jada Pinkett Smith. En ambos casos las mujeres constituían el punto en el que el espectador sexualizaba el contenido en oposición a los otros participantes. Esto desde luego me paró en seco en mi prisa por juzgar.
¿Qué ocurre si somos nosotros los que leemos sexo en situaciones que en realidad no podrían ser sexuales?
Admito abiertamente que todavía no estoy segura al cien por cien de cómo me siento acerca de las situaciones que me mencionado antes. Pero sí sé que sus palabras me hacen pensar cuando se trata de cosas como teñir el pelo de mi hija. Estoy muy segura de conocer a mi hija y sé que ella no vio el tener el pelo azul como parecer mayor o sexy. Voy a admitir mi propia lucha con estas ideas. He visto a niñas vestir ropas más propias de chicas de instituto. Me he sorprendido con padres que dejan a sus hijas maquillarse con nueve o diez años. Todos los anuncios a mi alrededor parecen empeñados en vender “sexy” a niñas que probablemente ni siquiera entienden lo que significa “sexy”. Al mismo tiempo he oído comentarios que eran francamente vergonzosos llamando “zorra” a niñas de diez años. No solo es desconcertante para nuestras niñas, es desconcertante para nosotros los padres. Quiero que mis hijas crezcan sintiendo que pueden elegir cómo adornar o no adornar sus cuerpos. También quiero que estén a salvo. ¿Estaba poniendo en riesgo a mi hija al permitirle hacer algo que parecía hacerla mayor? ¿Estaba exponiéndola a ser herida con comentarios soeces? Pero si hubiera dicho que no al pelo azul le estaba enviando el mensaje de que una mujer debe cargar con la obligación de hacer su cuerpo socialmente aceptable.
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Decidí preguntarle a P por qué le gustaba tener el pelo azul. ¿Cómo veía esa experiencia? ¿Era como ser mayor? ¿Era atractivo para los demás? Me dijo: “Pensé que podia ser interesante. Creo que es bonito. “ Pensó un momento y añadió: “me siento como mágica”. No puedo hacer nada si los adultos a su alrededor la sexualizan. No puedo hacer nada si su cuerpo parece mayor. No voy a castigarla por ninguna de estas cosas. Ese camino lleva a la vergüenza de algo que ni siquiera es su culpa. Al final, todo se reduce al hecho de que mi hija con el pelo azul siembre en ella lo que ve como infancia. La vergüenza que otros quieren sembrar en ella no tiene cabida en un mundo donde el pelo azul te hace ser una sirena. La sociedad espera mucho de nuestras niñas. Quieren que sean a la vez dulces e inocentes pero también consumistas. Nuestras niñas son preparadas desde una edad muy temprana para que se vean atractivas ante la mirada masculina. Ver el pelo de mi hija como algo adulto o “sexy” hace una suposición acerca de por qué las mujeres se tiñen el pelo en esos colores. En pocas palabras, decir que el pelo azul de mi hija es “sexy” apoya la idea de que hacemos estas cosas para “otros”, normalmente un masculino “otro”.
Sobre todo, no quiero que mi preciosa hija piense alguna vez en renunciar a su magia porque la magia es cosa de la infancia.
A menudo, la sociedad nos envuelve en nuestra magia individual. Ya sea como adulto o niño, debemos luchar por vivir en un espacio donde la autonomía corporal sea celebrada. ¿Necesita alguna ayuda para llegar aquí? No se pierda nuestro próximo webinar 10 herramientas para el amor propio radical.
[Imagen de cabecera: una niña de piel clara mira a la cámara sonriendo, lleva una camiseta rosa y el pelo largo azul, verde y rosa recogido en un moño. Flickr.com]
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