Mi infancia fue marcada por mi discapacidad. A edad muy temprana fui diagnosticada con ADHD, pérdida de audición, enfermedad neuromuscular que más tarde fue identificada como miastenia gravis. Desde luego fue especialmente en la escuela donde experimenté las mayores dificultades, porque precisamente era el centro de productividad. Aunque yo era todavía capaz de asistir a clase, el colegio fue la primera fuente de estrés y también de baja autoestima.
En el tercer curso del colegio, este estrés se manifestó en la famoso test de las cien preguntas matemáticas que en esa época debían ser resueltos por los estudiantes. 100 preguntas que deben ser contestadas en cinco minutos. Yo había hecho algunos de esos test antes y apenas podía completar quince antes de que el tiempo espirara. Comprobaba como mis compañeros progresaban hasta el punto de resolver con facilidad las preguntas. Cuando yo fracasaba en la misma tarea era objeto de burlas.
La combinación de la falta de productividad debida a mi discapacidad y el hecho de ser negra hacía que fuera considerada por mis profesores y compañeros como una persona perezosa o simplemente problemática. Un profesor llegó más lejos y me sugirió que me copiara del estudiante que estuviera cerca de mi, para que así pudiera simular que también era capaz de hacerlo. El resultado de esas experiencias fue el aislamiento y la vergüenza. A veces se me daba algunas facilidades para completar los test, pero no resultaban suficientes en un ambiente dominado por la vergüenza y la soledad amplificado con el estigma de la discapacidad.
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Desafortunadamente la vergüenza, el estima y la soledad son experiencias comunes para aquellos que no pueden cumplir con las expectativas de productividad.
Desde jóvenes, se nos enseña que nuestros cuerpos y nuestros propósitos deben estar insertos en un un sentido normativo. Es decir, para demostrar que se es valioso, uno debe probar que es productivo. La ideología de la productividad va más allá del sistema educativo. Las expectativas de productividad abarca todos los ámbitos, desde ser capaz de levantarse de la cama en un mal día, la reproducción, montar en bicicleta o ser exitoso en una prueba académica. En caso de fracaso no se nos valorará o seremos, en todo caso, menos valorados. Son esos cuerpos que fracasan de acuerdo con los modelos sociales de productividad los que habitualmente son marginados.
Muchas son las presiones para ser más productivos que sufrimos se debe a que estamos socializados bajo el capitalismo. El corazón del capitalismo es la idea de productividad. Nuestro crecimiento económico y todas las medidas de prosperidad están etiquetadas con medidas tales como el Producto Interior Bruto. Los más valiosos y recompensados trabajadores y en general de la sociedad son aquellos que se consideran más productivos. Incluso a los niños se les introduce en este sistema de cursos superados y recompensas, para prepararlos para afrontar esa realidad. Al examinar estos estándar del capitalismo y de la productividad que he experimentado desde la escuela he comprobado que mi cuerpo discapacitado está en oposición con ellos.
Muchas veces la narrativa de la discapacidad está referida al aislamiento y a la tragedia personal, que una debe ajustar para superarla. Esto es porque el cuerpo con discapacidad presenta una apariencia de anarquía: un cuerpo fuera de control. Las adaptaciones son el distintivo que diferencia los cuerpos sin discapacidad y los discapacitados cuya primera diferencia es ser menos útiles en términos normativos.
Dentro del panorama económico y social la bifurcación entre lo normativo (los no discapacitados) y los discapacitados crea la suposición de que un ciudadano apropiado es un sujeto productivo desde el punto de vista económico y social y valorado como tal. El resultado de este binomio es que las personas con discapacidad son consideradas menos útiles o simplemente menos que las demás.
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Es inherente a la sociedad capitalista que debemos ser usados como herramientas de la producción y que todas nuestras metas se articulan dentro del paradigma de la productividad.
Evaluando nuestras metas vitales y los de los demás dentro del paradigma sistema capitalista no solo avergonzamos y aislamos los cuerpos que no son valorados como productivos sino que desencadenamos una forma de terrorismo del cuerpo que comunica que no es un cuerpo tiene que ser valorado sino solo en función de lo que es capaz de producir.
Cuando evaluamos los cuerpos por lo que son capaces de producir, los deshumanizamos y los transformamos en herramientas. Pero, la internalización de este modo de pensar es incluso más doloroso.
La vergüenza y el aislamiento que sufrí cuando era niña ligada a mi productividad son traumas que todavía continúan y me impiden valorarme. Incluso ahora, cuando trato de adaptarme a las demandas del capitalismo y su exigencia de productividad, supone para mí una lucha diaria.
Estoy empezando a “desaprender” esos comportamientos a deconstruir las ideas que tengo tan interiorizadas sobre mi cuerpo y sobre cómo este tiene que ser usado, cuál es su propósito. Tengo aún vergüenza de no ser capaza de cumplir las expectativas como cuando se me proponían los test en la escuela. Pero estoy aprendiendo a sentirme menos rota y aislada. Es importante, más que importante, crucial, que sepamos desmantelar esas ideologías y aprender a comprender el valor de nuestras vida más allá de nuestro potencial de productividad.
Lo práctico, lo funcional no debe ser el factor que determine cómo debemos ser tratados, sino que debe ser el hecho de ser seres humanos.
Nuestra personalidad, nuestro valor no es correlativo con cómo podemos cuantificar nuestros éxitos y logros.
Existe una escala más amplia que la que determina el capitalismo en función de su propio beneficio. No existes para ser usado, usada.
No estás aquí para cumplir con sus expectativas para cumplir con lo que es normativo, predecible y respetable. Tú vida tiene sentido porque es tuya. Tiene sentido porque estás aquí, existes en este particular momento, sin disculpas, sin vacilaciones, sin necesidad de ser productivo sino conforme con tus deseos. Tus metas te definen. Tu valor es inherente.
(Feature Image: Black and white photo of a Black person standing outside on a bridge overlooking a body of water with a city skyline in the background. The person looks upset and has their right hand bent upward toward their head as their head is bent down in thought. Their hair is up in a bun and they are wearing a light-colored suit and long dangly earrings.)
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